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jueves, 1 de noviembre de 2012

Puño.

Metió las manos en el baúl de los recuerdos, decidida a arrojarla para siempre de su mente. Decidida a arrojar aquel viejo corazón que todavía latía en los recuerdos de su memoria. A su cabello negro. A su sonrisa dulce, a voz tintineante. Pasaron las horas y no lo encontraba, comenzó a frustrarse. ¿Cuándo se había hecho tan profundo aquel pozo negro, donde arriba estaban las cosas nuevas y más abajo las cosas viejas? Hurgó más profundo, más profundo, más profundo. Entonces, sus manos temblorosas palparon lo que quería y lo que temía encontrar. Aquel recuerdo grande, latente y doloroso que no se hundía nunca. Que seguía en el mismo lugar, viendo pasar a los demás recuerdos.

Y comenzó a estirar los brazos hacia arriba. Mientras más lo hacía, más le dolía. Mientras más le dolía, más le gustaba. Masoquismo, le decían. Llegó hasta arriba y las manos ensangrentadas le temblaban. Negras lágrimas en su rostro y gritos desgarrados de dolor que escapaban de su garganta. Miró el recuerdo. Y no tuvo el valor para hacerlo. Abrió la tapa y lo arrojó una vez más, viéndolo hundirse, soltar burbujas, regresar de nuevo a su lugar.

Y entonces, la tapa se cerró para siempre.
Como un puño el dolor se apoderó de ella.


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