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jueves, 6 de marzo de 2014

Utopía.

He visto un mundo maravilloso. Ha pasado fugaz, apenas durante una milésima de segundo, que no recuerdo cómo era. Tan sólo recuerdo que era hermoso y perfecto, que por mucho que me esfuerce, no te lo podré explicar con palabras humanas.

Era, porque murió en una utopía. Sin embargo, ¡qué utopía más hermosa y deprimente! Hermosa porque jamás he contemplado tal perfección, y deprimente porque jamás lo tendré. Imagínate el mundo como a tu cabello recostado en un rincón de tu hombro. Imagínate el mundo como la suavidad de tus labios, como la calidez contagiosa de tu piel pálida. Imagínalo como las curvas de tu cintura; como tu pecho que sube y baja ante cada exhalar de vida.

Imagina el mundo como una rosa abriéndose lenta y tímida ante el ceder del invierno. Quiero que veas al mundo utópico como una tarde en que trato de convencerte a versos -quizá inútilmente- de por qué deberías gastar tu tiempo en alguien como yo. Imagínate tardes con aroma a café; a lluvia recién caída, a frío. Y si no te gusta el invierno, ¡imagínate, luz de mis ojos, al mundo en un eterno verano!

El mundo perfecto tiene forma de mujer; y ojos de tigre tiene olor a café y a lluvia, suena como el zumbar de las abejas y se ve como el colorido de las mariposas o si lo prefieres, como la cresta carmesí de un cardenal. El mundo perfecto es cambiante como la introspección depresiva y el júbilo extasiado.

¡Qué utopía más hermosa y deprimente!


viernes, 1 de noviembre de 2013

De un psicótico a Valérie.

24 de diciembre de 2005.
Querida Valérie.

Toc, toc, toc.

Abro los ojos ante el ruido, aunque no despierto. Aún estaba en el proceso de transición de la vigilia hacia el sueño. No necesito que mis ojos se acostumbren a la oscuridad, se han acostumbrado ya hace muchos años. Tampoco debo girar la cabeza buscando el despertador con titilantes luces rojas en la esquina de mi habitación para saber qué hora es: Son exactamente 23:40 y quien ha golpeado la madera de arce de la puerta de mi edificio no es más que un visitante que golpea desde adentro de mi cabeza, como un repiqueteo distante que sabe que todo aquello no es real y real al mismo tiempo. Todo me parece intangible. Todo me parece tangible.

Me levanto con parsimonia, despacio, como si un movimiento brusco fuera a espantar la sensación que se apodera de mi cuerpo.

Toc, toc, toc.

Camino como un ciego, procurando esconderme de unos ojos que lo ven todo, sabiendo bien que es inútil esconderse. Apoyo la mano sobre la madera de la puerta y siento cómo que todo lo que soy deja de serlo.

¿A dónde vamos hoy?

He traspasado la puerta y contemplo las deformadas paredes, retorcidas y arqueadas como si un arquitecto se hubiese empeñado en fundir los ladrillos y desmoldarlos al construir la pared. Se van cerrando en torno a mí, se unifican. Un único ojo enorme aparece por sobre la pintura al látex blanca que las adorna, un único ojo vidrioso y azul que observa mis movimientos y me analiza.

Camino por sobre trozos de vidrio roto, de porcelana, de astillas de madera cortándome la planta de los pies. La sangre se derrama, se esparce como dirigida por el pincel de un artista... Una risa histérica se escapa desde el fondo de mi garganta.

Hace mucho no experimento un brote psicótico. Y sin embargo, paladeo la dulce sensación que deja en la boca al principio, como si uno se sintiera capaz de ver las cosas desde una perspectiva en la que los despreciables psiquiatras catalogan como desconexión de la realidad y llevan "paz a las mentes cansadas."

Sí, yo le diría catatonia inducida por fármacos.

He llegado al exterior. Las ruinas del muro Berlín se ciernen a mi alrededor. Las letras pintadas con una botella de aerosol bailan, se retuercen, cambian de lugar y chillan como un demonio. Una rata, vestida con traje de paje me saluda a la distancia. Mis pies cortados tantean un suave brote de nieve y van dejando manchas de sangre debido a las recientes heridas provocada por trozos de porcelana, un alivio para la sensación de ardor y de  molestia que me impedía caminar. Voy vestido de blanco...

Levanto los ojos buscando el cielo pero no consigo ver nada. Cada vez que elevo la vista, un manto blanco cae sobre mí y me impide observar. Un sauce se eleva en sus raíces y camina, con una sonrisa babosa en savia de árbol, diciéndome el camino a seguir para plantarse al lado de un lago congelado.

El hielo sube por sus raíces, por el tronco, hasta las hojas, y como si fuera una intensa ola de calor en pleno verano comienza a secarlo, a marchitarlo desde adentro y se deforma dejando a su paso un río de tinta que sube hacia mis pies y me envuelve. El hielo tira de mí y se resquebraja bajo mis pies... Caigo al agua helada.

No siento sin embargo nada. Elevo la vista al cielo y por fin puedo contemplarlo... Son fuegos artificiales que caen sobre mí. De muchos colores, hermosos. Cobran vida y siembran destrucción a su alrededor. Todo se desmorona, desde el hielo hasta los árboles, el edificio de concreto, el muro de Berlín con sus letras que gritan y sangran. El río de tinta avanza y comienzo a hundirme.

Negro.

Siento un pinchazo en un brazo y respingo abriendo los ojos con violencia. Los fuegos artificiales se escuchan lejanos, apenas, como si me gritaran cosas en un idioma extraño. Todo lo que veo es la puerta de la celda acolchada cerrarse y me veo limitado por una camisa de fuerza en un mundo real. Me siento lánguido, la lengua está espesa, hinchada, seca...

Quisiera volver. Quisiera volver....


25 de diciembre de 2005.
00:00
Con cariño, El Psicótico de Arcade 215. 

viernes, 23 de agosto de 2013

Florecer.

No estoy segura de si  fue  el suave baile de las flores del lapacho —que se desprenden en un mecer suave de las ramas del árbol-, si es aún el silbar furioso del viento entre los árboles, el cadencioso  "Claro de Luna" de Debussy que escuché la noche anterior entre paso y paso de luz y sombras por entre las farolas del alumbrado público vacío, intentando en vano y con poca gracia seguir el ritmo con el caminar, o el simple agitamiento y la angustia que provoca lo trivial y lo cotidiano en la vida de las personas lo que me impulsó a arrastarme, como un niño travieso arrepentido de sus actos y carcomido por la culpa impropia en un diablillo el volver a la tinta y al papel.

He llegado pues hasta aquí con la firme decisión de florecer. ¿Florecer en qué? Ésa es todavía una buena pregunta. Es sencillo de entender, pero no explicable sin palabras, porque la gente hablando se entiende -o al menos la mayoría de la gente- y yo no soy buena dándome a entender con palabras; he sido hecha de otro material que, probablemente no haya sido el barro mismo como lo cita aquel pasaje bíblico...

Pero no vine a escribir sobre aquello o éso.

He venido a escribir sobre ésto

En el país donde vivo, el clima es tan cambiante que uno no sabe dónde meterse, si llevar el pantalón largo, si hacer caso a los reclamos y las advertencias maternas del "te aseguro que va a bajar la temperatura" y se queda por mucho tiempo sin decidirse entre algo liviano o algo más pesado "por las dudas". Varía el estado de ánimo de la gente, varían los problemas al variar el estado anímico, algunos se sienten felices, otros quizá no tanto. Pero he observado, quizás pasando muchas cosas por encima y sin darme cuenta luego de un  período más o menos largo de tiempo -y haciéndome la pregunta estúpida del ¿No era que los lapachos florecen en verano? ¿Por qué florecen ahora, si no es estación?- Que algo no ha cambiado absolutamente hace mucho tiempo.

Mi profesor de Literatura, un tipo que, al igual que yo, no está hecho del barro mismo,  -porque tiene una manera peculiar de darse a entender, de lo cual deduzco que es una mezcla curiosa- me dijo, hace un corto tiempo "Eres hermosa. Tanto física como mentalmente, sólo que no floreciste todavía. Superas ampliamente en inteligencia a tus compañeros, pero, quizás en otras cosas la talla de las flores no alcanzan a tu inteligencia. Tu alma es probablemente, un buen ejemplo. No hay equilibrio todavía..."

¿Y qué tiene que ver esto con el clima y el florecimiento de los lapachos? Buena pregunta, pero tiene respuesta.

De lo que me di cuenta y fui capaz de asociar, fue que, aún ante el más mínimo rayo de sol, este árbol florece. Florece a medias  a veces, pero casi siempre genera una explosión de color. Y cuando florece, florece por largo tiempo, que el viento mismo se ve obligado a soplar como una tempestad para apagar su color y que logre hacer juego con su cielo gris, y sin embargo, no logra apagar su majestuosidad.

Está lastimado, y sin embargo, sigue floreciendo. ¿Existe relación, ahora, entonces? Pues sí. Entonces, es ésto a lo que he venido ahora.

A florecer.



viernes, 17 de mayo de 2013

Afluentes de una lucha entre la armonía y la invención.


El hombre recostado en el diván de cuero comenzó a hablar como si tuviera un nudo trabado en la lengua; como si le costara el universo comenzar a hablar.

A hablarle a nadie. A hablarse a sí mismo.



—Cuando escucho su voz dentro de mi cabeza; no sé como logro imaginarme a aquellos que la forjaron, sin saber que soy yo mismo quien ha creado una compañía para mi escencia. No sé como la he hecho tan precisa, tan lineal, tan fuerte para sostener una corriente de pensamientos que corren impávidos, crecientes hasta derivar en una cascada que fluye rompiendo la prisión de lo natural y que encuentra un escape entre las fauces de la desesperación sin límites.


Cuando veo su cabello; no sé como logro imaginarme a aquellos que lo han dibujado; sin saber que soy yo mismo quien ha pintado un negro río de contaminación a la sanidad humana; resbalando hasta rodear su cintura.

Y si mis ojos llegaran a ver su rostro... ¡Delirio! Caería en la locura. Su voz me ha susurrado que está hecha de la misma porcelana pura en sus orígenes; que se rumorea es nativa de la nieve misma. Que sus ojos están hechos de un lago de color azul profundo cuyo poder de convicción va más allá de lo imaginable. Oh, ¡mente estúpida! ¡Deja de ansiar ver sus ojos! ¿No comprendes que una vez que los hayamos visto, estaremos perdidos en un océano de demencia en medio de amnésicos pensamientos teñidos del rojo de las hojas del otoño? Olvídalo. Olvida esa idea.

¿Es así?
¿Es ésta la lucha de la armonía y la invención?

lunes, 29 de abril de 2013

Mirada.

Tal vez es la primera ocasión en la que comienzo escribiendo no con la misma frase lacónica con la que empiezo todos estos escritos -describiendo amargamente la casa o la banca en la que nos sentábamos, el polvo que cubría los libros y otras cosas invariablemente clichés.- No. Quizás sea porque esta vez estaba... Sí, tal vez estaba distraído, pero no distraído en su alrededor; si no distraído en mí. Su mirada verde se clavaba inquietante y analizando minuciosamente cada parte mía. Podía sentir su aliento escapándose de entre sus labios y mezclándose con el fresco del otoño, que arrastraba en un suave viento las hojas multicolores de un robusto roble.

¿Qué me ves?— Cuestioné, con una petulancia ciertamente paranoica propia del género femenino; asomando la nariz apenas por encima del libro; en cuyo título se dibujaba "Cartas a Milena."

En su rostro se dibujó una sonrisa quizás más petulante que las propias palabras mías mencionadas hacía menos de un cuarto de minuto.

¿Que qué te veo?— Una melodiosa risa escapó, al parecer sin autorización desde su garganta. —Es una pregunta algo complicada...

Arqueé una ceja. Súbitamente caí en la cuenta de que en verdad aquello había sido repentino y; como en otras ocasiones, cerré el libro y me quité las gafas esperando escuchar un discurso filosófico. Bueno, ese discurso filosófico nunca vino. Fue más bien un puño literario suave.

Cuéntame que me ves.— Insistí; analizando el margen de error en mi teoría. Se hizo el silencio durante unos minutos que, a mi parecer, se dejaron mostrar como una eternidad (aunque suena extraño viniendo de una persona cuya única virtud es la paciencia.)

—No sé. Quizá la manera que tienes de actuar todo con una ingenuidad impropia de la perversidad de tu mente. La manera en que ocultas lo retorcido de tu sonrisa hasta hacerla pasar por una de falsa amabilidad. La capacidad que tienes de estrangular y deformar los pensamientos de aquellos que te rodean y someterlos a tu voluntad con la sóla curvatura malvada que tienes. Probablemente sea la manera en la que exhalas las cenizas del veneno -que encendiste de manera mecánica con un chasquido de los dedos- por entre tus labios pintados de sangre de quién sabe el amor de cuántos. Tal vez el poder de locura que intoxica mi alrededor con sólo mirarme como lo estás haciendo ahora. ¿No te has preguntado por qué te evado siempre la mirada? Tal vez sea la forma en que me pesa mirarte... ¡Hasta el cielo se aflige con tu mirada, musa mía! Está gris siempre que nos encontramos... ¿Cuál es tu secreto?

Y es aquí donde todo vuelve a convertirse en lacónico. Donde sonrío, con la sonrisa retorcida que él menciona, como un retrato hablado a su relato. Es ahí donde le clavo la mirada, donde el cielo se ennegrece en vez de pintarse de gris, donde el frío recrudece y donde el silencio habla una vez más. Es aquí donde inclino la espalda contra la madera del roble, me vuelvo a poner las gafas y retomo la lectura. Él vuelve a sumirse en una especie de intro-extrospección; haciendo quién sabe cuántas comparaciones con sólo Dios sabe cuántas cosas y esperando la respuesta.

—¿Que cuál es mi secreto? Esa es una pregunta algo complicada...—


 

domingo, 7 de abril de 2013

Artista profano.

Muéstrame cada parte de tu ser. Permíteme ver hasta lo más hondo de tu insanidad; hasta lo más oscuro de tu mente. ¡Libera mis cadenas, déjame ser partícipe de tu locura! Te esfuerzas en ocultar las marcas que adornan tus brazos; pero yo las desgarraré, expondré cada frase dibujada con tinta indeleble sobre tu piel y cada deseo siniestro de dejar marcas oscuras en mi cuello, ante la osadía de que una mirada profana como la mía se adjudique el derecho de observarlas.

Haré un diseño de sangre y hundiré las manos en tu pecho para sujetar tibio y palpitante tu corazón, pequeño y frágil. ¡Qué maravilla su latir desfasado ante las irregularidades de tus pensamientos enfermizos! Efímera maravilla, no me cierres tu mundo, no me dejes atrapado y encerrado; no me dejes relegado...
                                                    
Déjame vivir en carne tu locura...


miércoles, 3 de abril de 2013

Voces.

Ayer lo vi.

De hecho, lo veo todos los días. Es un hombre bien parecido, delgado, de vaporosas hebras rubias que bailan graciosamente en rizos brillantes, una nariz fina y labios carnosos y sensuales; que denotaban una vida de plenitud carnal. Tiene una sonrisa amplia, coqueta... Pero sin embargo, falsa. No es que sepa mucho de sonrisas, pero basta ver cómo sus ojos apagados no reciben la luz de la comisura curvada de sus labios.

Sale por las mañanas y no vuelve hasta bien entrada la tarde. Vive en el departamento arriba del mío y me saluda todas los días al irse. Cuando sube a su departamento yo... Yo...

Oigo voces.

Oigo gritos, oigo risas, oigo llantos, todos en distintos tonos de voces... A veces hermosas y agradables, otras veces tan insoportables que no podían caber en mi mente y le golpeaba la pared de al lado hasta que se callaran o simplemente salía a dar un paseo hasta que las voces se extinguieran. Llegué a pensar que era un producto de imaginación, que estaba loca... Cuando en realidad eran las voces que escuchaban las que me volvían loca.  Naturalmente... Tardé un poco en darme cuenta.

Todas las veces, absolutamente todas en las que coincidíamos a la misma hora me dibujaba una sonrisa con un furioso sonrojo en sus pálidas mejillas; que denotaban vergüenza y un deje de disculpas por el ruido que hacían los lamentos allí adentro.

Una noche  fui a golpearle la puerta rotundamente. Las voces se callaron, se volvieron susurros, se apagaron... Como si cuchichearan entre ellas. El hombre bien parecido me abrió la puerta y dibujó la sonrisa condescendiente que se veía obligado a bosquejarme todos los días en todos nuestros cruces.

—Francamente, pensé que te comenzabas a tardar...— Dijo; y advertí un brillo inusual en su mirada, como si fuera iluminada por su sonrisa artificial.
¿Qué quieres decir? Explícate.
—Que te he estado esperando mucho tiempo.
—...Sigo sin comprender.


Quiero decir que eres tú. Eres tú quien oye mis voces. 
 Eres tú para quien no desaparezco.