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lunes, 29 de abril de 2013

Mirada.

Tal vez es la primera ocasión en la que comienzo escribiendo no con la misma frase lacónica con la que empiezo todos estos escritos -describiendo amargamente la casa o la banca en la que nos sentábamos, el polvo que cubría los libros y otras cosas invariablemente clichés.- No. Quizás sea porque esta vez estaba... Sí, tal vez estaba distraído, pero no distraído en su alrededor; si no distraído en mí. Su mirada verde se clavaba inquietante y analizando minuciosamente cada parte mía. Podía sentir su aliento escapándose de entre sus labios y mezclándose con el fresco del otoño, que arrastraba en un suave viento las hojas multicolores de un robusto roble.

¿Qué me ves?— Cuestioné, con una petulancia ciertamente paranoica propia del género femenino; asomando la nariz apenas por encima del libro; en cuyo título se dibujaba "Cartas a Milena."

En su rostro se dibujó una sonrisa quizás más petulante que las propias palabras mías mencionadas hacía menos de un cuarto de minuto.

¿Que qué te veo?— Una melodiosa risa escapó, al parecer sin autorización desde su garganta. —Es una pregunta algo complicada...

Arqueé una ceja. Súbitamente caí en la cuenta de que en verdad aquello había sido repentino y; como en otras ocasiones, cerré el libro y me quité las gafas esperando escuchar un discurso filosófico. Bueno, ese discurso filosófico nunca vino. Fue más bien un puño literario suave.

Cuéntame que me ves.— Insistí; analizando el margen de error en mi teoría. Se hizo el silencio durante unos minutos que, a mi parecer, se dejaron mostrar como una eternidad (aunque suena extraño viniendo de una persona cuya única virtud es la paciencia.)

—No sé. Quizá la manera que tienes de actuar todo con una ingenuidad impropia de la perversidad de tu mente. La manera en que ocultas lo retorcido de tu sonrisa hasta hacerla pasar por una de falsa amabilidad. La capacidad que tienes de estrangular y deformar los pensamientos de aquellos que te rodean y someterlos a tu voluntad con la sóla curvatura malvada que tienes. Probablemente sea la manera en la que exhalas las cenizas del veneno -que encendiste de manera mecánica con un chasquido de los dedos- por entre tus labios pintados de sangre de quién sabe el amor de cuántos. Tal vez el poder de locura que intoxica mi alrededor con sólo mirarme como lo estás haciendo ahora. ¿No te has preguntado por qué te evado siempre la mirada? Tal vez sea la forma en que me pesa mirarte... ¡Hasta el cielo se aflige con tu mirada, musa mía! Está gris siempre que nos encontramos... ¿Cuál es tu secreto?

Y es aquí donde todo vuelve a convertirse en lacónico. Donde sonrío, con la sonrisa retorcida que él menciona, como un retrato hablado a su relato. Es ahí donde le clavo la mirada, donde el cielo se ennegrece en vez de pintarse de gris, donde el frío recrudece y donde el silencio habla una vez más. Es aquí donde inclino la espalda contra la madera del roble, me vuelvo a poner las gafas y retomo la lectura. Él vuelve a sumirse en una especie de intro-extrospección; haciendo quién sabe cuántas comparaciones con sólo Dios sabe cuántas cosas y esperando la respuesta.

—¿Que cuál es mi secreto? Esa es una pregunta algo complicada...—


 

domingo, 7 de abril de 2013

Artista profano.

Muéstrame cada parte de tu ser. Permíteme ver hasta lo más hondo de tu insanidad; hasta lo más oscuro de tu mente. ¡Libera mis cadenas, déjame ser partícipe de tu locura! Te esfuerzas en ocultar las marcas que adornan tus brazos; pero yo las desgarraré, expondré cada frase dibujada con tinta indeleble sobre tu piel y cada deseo siniestro de dejar marcas oscuras en mi cuello, ante la osadía de que una mirada profana como la mía se adjudique el derecho de observarlas.

Haré un diseño de sangre y hundiré las manos en tu pecho para sujetar tibio y palpitante tu corazón, pequeño y frágil. ¡Qué maravilla su latir desfasado ante las irregularidades de tus pensamientos enfermizos! Efímera maravilla, no me cierres tu mundo, no me dejes atrapado y encerrado; no me dejes relegado...
                                                    
Déjame vivir en carne tu locura...


miércoles, 3 de abril de 2013

Voces.

Ayer lo vi.

De hecho, lo veo todos los días. Es un hombre bien parecido, delgado, de vaporosas hebras rubias que bailan graciosamente en rizos brillantes, una nariz fina y labios carnosos y sensuales; que denotaban una vida de plenitud carnal. Tiene una sonrisa amplia, coqueta... Pero sin embargo, falsa. No es que sepa mucho de sonrisas, pero basta ver cómo sus ojos apagados no reciben la luz de la comisura curvada de sus labios.

Sale por las mañanas y no vuelve hasta bien entrada la tarde. Vive en el departamento arriba del mío y me saluda todas los días al irse. Cuando sube a su departamento yo... Yo...

Oigo voces.

Oigo gritos, oigo risas, oigo llantos, todos en distintos tonos de voces... A veces hermosas y agradables, otras veces tan insoportables que no podían caber en mi mente y le golpeaba la pared de al lado hasta que se callaran o simplemente salía a dar un paseo hasta que las voces se extinguieran. Llegué a pensar que era un producto de imaginación, que estaba loca... Cuando en realidad eran las voces que escuchaban las que me volvían loca.  Naturalmente... Tardé un poco en darme cuenta.

Todas las veces, absolutamente todas en las que coincidíamos a la misma hora me dibujaba una sonrisa con un furioso sonrojo en sus pálidas mejillas; que denotaban vergüenza y un deje de disculpas por el ruido que hacían los lamentos allí adentro.

Una noche  fui a golpearle la puerta rotundamente. Las voces se callaron, se volvieron susurros, se apagaron... Como si cuchichearan entre ellas. El hombre bien parecido me abrió la puerta y dibujó la sonrisa condescendiente que se veía obligado a bosquejarme todos los días en todos nuestros cruces.

—Francamente, pensé que te comenzabas a tardar...— Dijo; y advertí un brillo inusual en su mirada, como si fuera iluminada por su sonrisa artificial.
¿Qué quieres decir? Explícate.
—Que te he estado esperando mucho tiempo.
—...Sigo sin comprender.


Quiero decir que eres tú. Eres tú quien oye mis voces. 
 Eres tú para quien no desaparezco.


lunes, 1 de abril de 2013

El cuadro del poeta.

Acuarela danzante al suave ritmo de un nocturno; ¡mécete! Mécete ligera ante cada nota. Embelléceme, deslúmbrame con tu cabello de plata líquida que corre como cascada por tu grácil figura de cisne. Cierras los zafiros que llevas por ojos y ahora, tus sentimentales pestañas acaparan mi atención; me mantienen en éxtasis esperando a que vuelvan a mostrarse las piedras preciosas que alguna vez hubiera contemplado. Tu piel de fría porcelana es para mí, sin embargo, como el beso tibio de Gea, como el calor a la rosa...

Déjame diseñar sobre tu piel de mármol las más exquisitas caricias. Déjame pintar los colores del hielo sobre el lienzo que me ofrecen las hebras de tu cabello...

Pertenéceme, muñeca frágil, danza para mí hasta el día en que el Arcano me lleve de tu lado; hasta el día en que tu soberbio rostro muestre alguna expresión de compasión hacia el prójimo quien no es dueño ni merecedor de tu alma como lo soy yo...

¡No me lo niegues, ninfa de plata! ¿No es ésa la razón por la cual continúas a mi lado...?