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viernes, 17 de mayo de 2013

Afluentes de una lucha entre la armonía y la invención.


El hombre recostado en el diván de cuero comenzó a hablar como si tuviera un nudo trabado en la lengua; como si le costara el universo comenzar a hablar.

A hablarle a nadie. A hablarse a sí mismo.



—Cuando escucho su voz dentro de mi cabeza; no sé como logro imaginarme a aquellos que la forjaron, sin saber que soy yo mismo quien ha creado una compañía para mi escencia. No sé como la he hecho tan precisa, tan lineal, tan fuerte para sostener una corriente de pensamientos que corren impávidos, crecientes hasta derivar en una cascada que fluye rompiendo la prisión de lo natural y que encuentra un escape entre las fauces de la desesperación sin límites.


Cuando veo su cabello; no sé como logro imaginarme a aquellos que lo han dibujado; sin saber que soy yo mismo quien ha pintado un negro río de contaminación a la sanidad humana; resbalando hasta rodear su cintura.

Y si mis ojos llegaran a ver su rostro... ¡Delirio! Caería en la locura. Su voz me ha susurrado que está hecha de la misma porcelana pura en sus orígenes; que se rumorea es nativa de la nieve misma. Que sus ojos están hechos de un lago de color azul profundo cuyo poder de convicción va más allá de lo imaginable. Oh, ¡mente estúpida! ¡Deja de ansiar ver sus ojos! ¿No comprendes que una vez que los hayamos visto, estaremos perdidos en un océano de demencia en medio de amnésicos pensamientos teñidos del rojo de las hojas del otoño? Olvídalo. Olvida esa idea.

¿Es así?
¿Es ésta la lucha de la armonía y la invención?