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miércoles, 31 de octubre de 2012

Frasco.

Otra vez con esa persona. En el mismo banco, con el mismo libro aún no terminado. Bajo el mismo cielo gris, coloreado por burbujas provenientes de algún vendedor ambulante.
Vivimos dentro de un frasco.
Ésa  fue su reflexión de día. Estaba tan acostumbrada que esta vez no levanté ni siquiera la vista del libro.
¿Y eso quiere decir...?
Que vivimos dentro de un frasco. Deja ese libro.
Obedecí y busqué el señalador. No lo encontré. Metí el dedo entre página y página dirigí la vista hacia la hora en que la luz del pensamiento inundaba mi pequeña y cómoda oscuridad.
Un frasco poéticamente hablando, es igual a una jaula o a una burbuja. Los humanos somos seres que vivimos en frascos. Nuestras vidas están cerradas por puertas, ventanas y celdas que forman el frasco físico. Dependiendo de la persona, el vidrio es más grueso o más fino. Del cien por ciento, el noventa y ocho por ciento de nuestros pensamientos nunca llegan a salir de nuestros labios, o bien, son dichos de una manera diferente. Estos representan a los frascos mentales que se subdividen en en frascos herméticamente cerrados o frascos con filtro.
¿Es eso malo?
 Nadie dice que los recipientes como éste son malos. Son los elementos más neutrales que forman parte de la vida del ser humano. Para todos la vida transcurre fuera del vidrio. Para los demás también. 
Memorable.

En realidad, cada una de sus frases me parecían memorables, cosas sencillas pero imprescindibles para vivir. Me pregunté que haría yo sin las reflexiones diarias de esa persona que se decidía a quitar los pensamientos del frasco.

El frasco no es malo ni bueno.
 

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