En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro. Y
el mundo no es sino música hecha
realidad.
La
afirmación que haré tiene una estrecha relación con el resto de lo que usted va
a leer: Componer es, a muchas leguas, más fácil que recordar. Usted se
preguntará si estoy loco o si he perdido el juicio. Sin embargo, cuando lea lo
demás comprenderá la situación en la que me encuentro.
Resido en Londres, único lugar que no se borra de mi
memoria, sin más compañía que un polvoriento violoncello, una pluma y un gato cuyo nombre no logro recordar. No
es que a él le moleste demasiado. Ni siquiera puedo recordar mi propio nombre y
el rostro que vi esta mañana frente al espejo me pareció tan desconocido que
por un momento, pensé que no era el mío. Los vecinos –quiero creer que son
vecinos- me saludan y me llaman Residente 142, a falta de nombre conocido.
Me tomó un
poco de tiempo percatarme que ése era el número de la habitación en la que
estaba habitando hacía día y medio. Por alguna razón no podía recordar nada. Si
bien sabía que estaba en Londres no tenía idea de en qué parte de Londres
estaba. Así que tomé la resolución, valiente en ese momento, de marcharme a
buscar el lugar al que pertenecía.
Llovía a cántaros y eso me dio una mala espina. De
alguna parte de mi cerebro brotó la sensación de que algo me estaba reteniendo
a ese lugar. Sin más protección que un paraguas medio roto, y cargado con cello
y mascota, salí a buscar un sitio que me devolviera la sensación de origen.
De estos acontecimientos hace un año. No me pregunte
qué he estado haciendo en todo este tiempo. Mis memorias, traviesas, han
decidido fugarse una vez más sin que yo lo autorizara. Sin embargo, cada vez que
escucho una nota, es como si tímidas, decidieran volver.
Entonces,
he buscado, siempre un lugar donde la música me devuelva los recuerdos y al
mismo tiempo, serene mi alma inquieta. Un lugar donde deje de ser, simplemente, el "Residente 142."
No hay comentarios:
Publicar un comentario