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jueves, 6 de marzo de 2014

Utopía.

He visto un mundo maravilloso. Ha pasado fugaz, apenas durante una milésima de segundo, que no recuerdo cómo era. Tan sólo recuerdo que era hermoso y perfecto, que por mucho que me esfuerce, no te lo podré explicar con palabras humanas.

Era, porque murió en una utopía. Sin embargo, ¡qué utopía más hermosa y deprimente! Hermosa porque jamás he contemplado tal perfección, y deprimente porque jamás lo tendré. Imagínate el mundo como a tu cabello recostado en un rincón de tu hombro. Imagínate el mundo como la suavidad de tus labios, como la calidez contagiosa de tu piel pálida. Imagínalo como las curvas de tu cintura; como tu pecho que sube y baja ante cada exhalar de vida.

Imagina el mundo como una rosa abriéndose lenta y tímida ante el ceder del invierno. Quiero que veas al mundo utópico como una tarde en que trato de convencerte a versos -quizá inútilmente- de por qué deberías gastar tu tiempo en alguien como yo. Imagínate tardes con aroma a café; a lluvia recién caída, a frío. Y si no te gusta el invierno, ¡imagínate, luz de mis ojos, al mundo en un eterno verano!

El mundo perfecto tiene forma de mujer; y ojos de tigre tiene olor a café y a lluvia, suena como el zumbar de las abejas y se ve como el colorido de las mariposas o si lo prefieres, como la cresta carmesí de un cardenal. El mundo perfecto es cambiante como la introspección depresiva y el júbilo extasiado.

¡Qué utopía más hermosa y deprimente!


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