¿Por qué te detuviste?
Me decía su mirada.O eso era lo que leía. Me limité a sonreír y continué con la pieza, casi en modo automático, en un modo en que mis pensamientos volaban lejos de mis dedos, de mis brazos... De mi misma mente.
Era increíble que, a pesar de ser tan diferentes, nunca en nuestra vida nos hubiéramos llevado mal. Nuestros momentos se limitaban a un ¡Lucian, no fumes adentro! Y el pobre tenía que salir afuera para poder terminarse el cigarrillo. Nunca creí que encontraría a alguien que me perfilara, que me conociera tan rápido sin necesidad de tener que contarle todo. Porque ambos notábamos la diferencia entre cuando uno llegaba bien y cuándo había tenido un mal día.
Entonces, nos sentábamos en el sillón y nos mirábamos, hablando en silencio. Nos mirábamos el tiempo que fuera necesario y después nos abrazábamos y cada quién por su lado. Así ha transcurrido mi convivencia con éste hombre. A veces agarra la guitarra y se pone a tocar alguna pieza de guitarra clásica, y me toca a mí sentarme y escucharlo.
Para cuando termino la pieza y vuelvo a la realidad, el gato ya no está y él, a punto de encender un pucho. Sonrío abiertamente. Y entonces, ocurre.
¡Lucian, no fumes adentro!